Es parecido, nomás…

 

«¡Vení a ver, vení a ver!», me dice apurada.  Yo no podía, el hotel estaba infestado de comensales alterados de hambre y la cocina era un caos. Igual, por curiosidad o para escaparme un minuto salí y me asomé discretamente al comedor. «Es igual a Cortázar» me dijo señalando sin disimulo al tipo.

Estaban de paso en el hotel, los vimos un par de veces más en el palier y en el patio pero nada más. Por una cosa u otra no le pudimos preguntar nada y se fueron.    (…sigue)

Un par de días después, comíamos un «bocadillo» (que fea forma de llamarle a un triste sánguche, por Dios) en un bareto de Ainsa cuando aparecen y se sientan. El tipo era realmente parecido; alto, flaco, desgarbado, barba rala… el similitud era tan asombrosa que nos lo quedamos mirando y se dio cuenta. Previsiblemente se puso nervioso. Y los encaramos antes que se escapen de nuevo.  Mal visto parecía que les íbamos a robar y si nos recibían con una toma de judo no había objeción.

La mujer se reía cuando le comentamos el gran parecido que Patrick tenía con Cortázar. En un español muy forzado nos confesó que no conocía al escritor. Le hablamos de los cuentos, las novelas, su importancia para la literatura hispana y se interesó, incluso tomó nota de algunos libros que le sugerimos. Patrick, estaba fastidiado, como si un mal trombonista le practicara en el departamento vecino. No tenía mucha onda y se desentendió de la conversación. Danielle en cambio era muy agradable; nos contó que hacía veinte días que paseaban por los Pirineos, que nos recordaba del hotel y que ahora esperaban el ómnibus para irse al otro pueblito.

Le pedimos una foto para registrar el momento (y sobre todo para tener pruebas). Patrick aceptó de mala gana y se paró. Era parecido, nomás. Para hacerse el interesante se calzó una pipa y puso su mejor cara de un Cortázar que desconocía. Satisfechos los dejamos en paz, sólo nos quedaba la que debió ser la primera pregunta: «¿De dónde son?». «De Bruselas», dijo Danielle.